miércoles, 30 de abril de 2008

Seis semanas después...

Buenos Aires.- Lo mejor de cada lugar es el hecho de siempre tener cosas qué contar y aquí las hay. Por lo menos, para alguien que viene de afuera, los detalles cuentan dentro de una ciudad que en verdad nunca duerme y tiende a mostrarte un sentimiento especial en cada esquina.

Las historias son interminables. Estos días en que estoy apurado por mis labores de maestría, no pierdo oportunidad de ver en la calle los contrastes entre un barrio y otro, entre la historia y la vasta cultura argentina, y también por todo lo perdido.

Por ahora, México parece un tanto lejano, pero hay cosas que te traen irremediablemente al recuerdo. La gente porteña guarda ese rasgo de calidez que te hace sentir tranquilo, aunque lo expresen de manera diferente a lo que de repente uno está acostumbrado.

Es curioso cuando la gente te identifica como el “mexicano” y todas las relaciones que se dan. Desde el ilustre Gómez Bolaños, Maná, Luis Miguel, el mariachi, el tequila harto consumido por estos lares, el porqué la selección fue eliminada en el pasado Mundial de fútbol por ya-saben-quién, hasta por el vocabulario “popular” y demás apreciaciones que me hacen los “ches”, pareciera que México no se va de mi y sigue presente, sienta nostalgia o no.

Argentina es pasional en casi todo lo que dice y hace, aunque aún no me deja ver si sólo es un mero sentimiento expresado de manera grandilocuente. El comentario del día casi siempre es común: qué hizo bien o mal Cristina Kirchner, la nueva temporada de “Bailando...”, porqué Boca no es perfecto, porqué River es líder, el humo sobre la ciudad, el campo y porqué no hay de comer, quién tiene la razón, quién está en contra de quién, quién tiene la culpa, en fin.

Todo puede cuestionarse y todos opinan con la dosis de intensidad necesaria para cada caso, porque acá todo mundo necesita de enemigos con quién discutir, aunque se trate del tema más insignificante.

Pero confieso que todo eso me agrada. Cada paso que doy por las calles de Buenos Aires trató de absorber algo, no solo quedarme con lo que vi y escuché el día anterior. Estoy empezando a cuestionarme por los mismos temas y tratando de aprender cada vez más de una forma de identidad que se niega a morir.

Y así seguiré avanzando. Seguramente Argentina tendrá algo más por decirme y enseñarme, sólo por ello seguiré atento...

jueves, 17 de abril de 2008

(Escrito hecho por el autor como ejercicio para la maestría de Periodismo. Saludos)

Noche de San Telmo

Por Oscar Zamora

Parecía una noche cualquiera en ese pequeño callejón localizado en la esquina de las calles de Independencia y Perú. El silencio aparante domina la escena, pero la calma siempre amenaza con quebrarse en cualquier momento dentro de las zonas más activas de Buenos Aires.
Se escucha el sonido del paso de los colectivos y una serie de gritos de la gente, que en su mayoría son estudiantes. La calle está parcialmente cerrada porque uno de los autobuses se ha quedado estacionado y se oyen las bocinas pidiendo una rápida solución. Afortunadamente, la policía ha llegado al lugar.
Es una noche de contrastes como casi todas en San Telmo, ya que mientras muchas personas buscan el camino de regreso a casa, otras tienen que seguir con sus labores nocturnas, mientras que ciertos jóvenes turistas pasean divertidos y riéndose a la menor provocación, buscando un lugar donde puedan comer la hamburguesa o el pancho, o simplemente beber unos tragos de cerveza hasta las primeras horas de la fría mañana.
La esquina antes señalada tiene una serie de bolsas de basura que ante la fuerza del viento se desparrama sobre el pavimento dejando una sensación de desorden. Los elementos de la limpieza han llegado al lugar para arreglar un poco ese pequeño callejón, convertido en un parcial caos. Son las once y 25 de la noche y promete ser desde ahora, una ardua jornada para los barrenderos.
Justo ahí, a lado de las paredes, cuando parecía que la noche se acababa, se oyen una serie de gritos inaudibles de seis personas de raza negra cruzando la calle. Se detienen en la esquina los seis formando un círculo, hablando en voz alta y discutiendo, queriendo así llamar la atención de los presentes.
Lo que parecía una plática entre amigos se va convirtiendo en una discusión acalorada, subida de tono hasta que únicamente dos de ellos discuten con mayor fuerza que los otros, ante la sorpresa del resto del grupo.
No se hace esperar el primer golpe al rostro entre ambos personajes. Dos de ellos tratan de separarlos, pero en el acto, surge el segundo contacto y toda la escena parece quedarse fuera de control.
Nuestros dos conflictivos personajes se separan y tenemos ahora dos grupos que siguen discutiendo, cada uno por su lado. Su objetivo de llamar la atención se ha cumplido, ya que todas las personas que pasan por ahí voltean y se detienen a ver en qué termina la escena o si de casualidad pasa un policía para poner calma. Pero por ahora, todo sigue igual.
Los dos protagonistas en conflicto siguen separados, lanzándose maldiciones de diferentes maneras. Uno de ellos se queda irritado al ver que se detiene un autobús de pasajeros, presuntamente de turistas estadounidenses y de raza blanca, que tienen que cruzar la calle para ir a un restaurante. Al verlos, se queda incómodo, estático, y ganas no le faltan de decirles cualquier cosa al sentirse invadido en el lado de su calle. Pero apenas salen de su boca dos palabras y regresa a la conversación fraternal.
Ahora, la guerra es entre ellos. Dos de los seis protagonistas se han separado del grupo y entre estos últimos se intercambian palabras y miradas de sospechas, en la búsqueda de tramar algo o empezar el segundo round de una pelea que no tiene fin. De repente, se detiene una señora con su perro y esta inofensiva mascota trata de acercarse con toda su furia a dos de los amigos que siguen discutiendo y que ni siquiera se han dado cuenta de la presencia del animal. El sabueso regresa con su dueña, quien con cara de circunstancia ha decidido dejar el lugar lo antes posible.
En alguien tenía que llegar la calma y finalmente, siendo el más valiente de los seis, uno de ellos pudo convencer al resto de marcharse del lugar, aunque no terminen de discutir. Los dos amigos golpeados, con el orgullo intacto y rostro de enojo irremediable, se niegan a darse la mano y sólo se dedican a seguir a sus compañeros. No les queda de otra.
La esquina se ha quedado vacía y por fin, los barrenderos pudieron continuar su labor. Entre ellos bromean y tratan de imitar la escena que acaban de ver, intercambiandose golpes simulados, con el único objetivo de hacer su labor más agradable. Por fin, llegó la patrulla, y uno de ellos se ve en la necesidad de explicarle al policía que sólo estaban jugando y que no eran precísamente el elenco principal de la historia.
Entre el ir y venir de la gente y sus diferentes objetivos nocturnos sobre Independencia, veinte minutos después se rompe la calma que había llegado a nuestra esquina de San Telmo y los seis amigos de color regresaron a la escena, amenazando con un nuevo capítulo de la trama al seguir hablando en voz alta. Ahora surge la paranoia entre ellos, al observar detenidamente a cada una de las personas que sin querer pasaban por ahí y vigilar que absolutamente nadie se metiera en su conlficto exclusivo. La patrulla ya se había ido y los barrenderos que antes se divertían de manera muy peculiar, ahora limpiaban a distancia su propio lado de la calle.
Sólo un fuerte grito a lo lejos de un séptimo elemento del grupo en el otro lado de la Avenida, hizo que se terminará la historia. Tras varios minutos de hacerse del rogar y ante las risas pronunciadas de los otros cuatro compañeros que más bien hacían como que jugaban, los dos personajes que un principio se agarraron a golpes por fin se dieron la mano y hasta hubo lugar para el abrazo que marcaba la reconciliación. Todos estaban satisfechos.
En un final de película holywoodense digna de ser dirigida por Spike Lee, los seis protagonistas de esta historia se retiraron del lugar abrazados entre todos y parecía que no había pasado nada. Sólo que el callejón, aún lleno de bolsas de basura terminó mucho peor que al principio. Por fin, los barrenderos iban a poder continuar con su labor.