viernes, 19 de septiembre de 2008

Death Magnetic o el regreso de Metallica a los 80


Buenos Aires.- Canciones largas, el estruendoso sonido de la guitarra, el doble bombo desesperado en la batería y una secuencia rapidísma de riffs. Metallica tardó 20 años en regresar a sus bases, desde la salida de aquel "...And Justice For All", y aparece "Death Magnetic", un album hecho como para deleitar a sus fanáticos más añejos.

El responsable de esta regresión es Rick Rubin, reconocido, polifacético y polémico productor que comenzó en los ochenta produciendo desde rap-hiphop como Beastie Boys y Run-DMC (recordar Walk This Way a lado de Aerosmith), pasando por Tom Petty y Johnny Cash, hasta los albumes de Slayer, The Cult, y siendo productor permanente de los Red Hot Chilli Peppers desde 1991.

Rubin demostró su fanatismo por aquel Metallica de los ochenta de "Ride The Lighting" y "Master of Puppets", haciendo un esfuerzo por devolverle al grupo de San Francisco la fuerza que lo puso en el punto más alto del heavy metal, a lado o por encima de varias bandas que presumían de serlo.

"Cuando vi 'Some Kind of Monster' me asusté muchísimo, pero supe lo que tenía que hacer", dijo Rick Rubin en días anteriores sobre el controvertido documental que en el 2003 reveló la guerra de egos, tipo "realityshow", entre el guitarrista y cantante principal, James Hetfield y el baterista Lars Ullrich, principalmente.

Si bien es cierto que el álbum más recordado y sin duda alguna, el más vendido de Metallica, ha sido aquel de la portada negra y la vibora (1991), los proyectos que le siguieron a partir de entonces, salvo poquísimas excepciones, hicieron que la banda se perdiera de rumbo entre el grunge y otros sonidos que se alejaban de la esencia que los había caracterizado con el hecho de combinar armonías de la guitarra con el sonido duro del metal, casi estéticamente rayando en lo brillante.

Después de la lejanía y antipatía de diversos fans por el escándalo "Napster" y la demanda a los miles de usuarios de internet por el hecho de bajar sus canciones vía dicho sitio, 2003 fue el año de tocar fondo ante la salida de "St. Anger". Parecía que Metallica tenía la necesidad de arreglar su integridad como banda y buscar una reconciliación con su entorno.

Con el tiempo, los cambios no se hicieron esperar y eso incluyo al anterior productor, Bob Rock, quien durante 18 años los guió hacia una nueva forma de trabajar en el estudio, teniendo como antecedente haber producido a bandas tipo Bon Jovi, hecho que no fue perdonado por los fans más exigentes y radicales.

"Death Magnetic" es el regreso a "Ride The Lightning" y por momentos recuerda a "Fade to Black" en canciones como "The Day That Never Comes". También tenemos un inicio estilo "Battery" en "That Was Just Your Life" y por fin se acordaron de los tracks instrumentales, esta vez con "Suicide and Redemption", una rola de casí nueve minutos. Este es el sello del nuevo disco.

Si bien las letras de Hetfield ya no hablan tanto de muerte, persecusión y obscuridad, vuelven a ser largas y van acompañadas del golpeteo de los tambores que caracterizaron a Ullrich en la década brillante. El aporte en los solos largos y veloces del lead guitar Kirk Hamett, que en el anterior disco brillaron por su ausencia, son otro aire de frescura y a su vez, de nostalgia por los primeros LPs . Y Rob Trujillo, el reciente bajista, propone un sonido fuerte que se adapta perfectamente a las pretensiones de la banda.

Metallica vuelve a sus principios más básicos en la búsqueda de no desaparecer. Nuevamente será renovarse o morir. Y que mejor que recuperando el camino que probablemente nunca debieron haber abandonado.

Folklore argentino


Buenos Aires.- Esta es una imagen del folklore argentino, ritmo que hasta hace poco era desconocido para mi. Ritual bastante interesante y con mucha belleza de la cultura local...

jueves, 11 de septiembre de 2008

Coraje olímpico


(Este es un perfil de Sergio Batista, campeón del mundo con Argentina en México 86 y técnico de la selección argentina olímpica que recien logró en Beijing la medalla de oro. Texto para la maestría de periodismo de Clarín)


Buenos Aires.- Instinto de campeón y alma triunfalista. Su lucha ante la adversidad lo convirtió en un guerrero dentro del campo de juego y fuera de él. Se llama Sergio Daniel Batista (45), aquel “cinco” inolvidable de la selección argentina que sobre la cancha del Estadio Azteca en México 86 pasaba por encima de Alemania en aquella dramática final del pase de Diego Maradona a José Luis Burruchaga a cuatro minutos del final, que definió un título que desde entonces hasta la fecha vale oro.
22 años después, el “Checho” Batista volvió a darle la alegría de ser el número uno a los hinchas argentinos, tras guiar a la selección a la medalla de oro en fútbol en los Juegos Olímpicos de Beijing, la segunda consecutiva para el país.
Carlos Salvador Bilardo, director técnico y mentor el equipo campeón del mundo de México 1986, lo adelantó desde hace tiempo. El plazo se cumplió: un integrante de ese cuadro histórico se tenía que sentar en el banquillo de la albiceleste para hacer historia.
Pero los triunfos en la carrera de este mediocampista de contención convertido en técnico tiene que ver con algo más que su recuerdo con la gloria. Un capítulo en donde desafortunadamente muchos jugadores no escapan a su destino, cargado de obstáculos, donde la palabra “adicción” adquiere un significado especial que rompen con todo concepto ideal de lo que es un deportista.
“Creció mucho, quizá más de lo que esperábamos. Su recuperación de su adicción a las drogas cuando la fama le cayó encima le dio una escála de valores, le puso los pies sobre la tierra. Por eso, el haber ganado esta medalla olímpica fue una oportunidad importante para él, un trampolín para sus aspiraciones de dirigirir en un futuro a la selección mayor”, opina Julio Chiapetta, reportero de Clarín deportivo que cubrió toda la ruta de la albiceleste en los pasados Juegos de Beijing.
Batista se retiró como jugador en 1992, cuando integraba el plantel del equipo Tosu Futures japonés y la disciplina que adquirió dentro de esa etapa de su vida, donde a su vez luchaba por eliminar sus adicciones, lo convirtió en director técnico: “Fue de casualidad, yo no quería ser entrenador. Me fue gustando poco a poco. Resultó ser la mejor terapia para todo aquello que entonces sufría y de lo que me costó trabajo salir”, explica.
Tipo serio, barba inconfundible, trato amable, perfil bajo pero no por ello menos apasionado por dentro. Los recuerdos y la fórmula para ganar en Batista siguen intactos. Si bien presume de que su manera de entender el fútbol (manejo respetuoso de la pelota, técnica, dinámica de juego, buscar el arco de enfrente y ante todo, el sentido de jugar bien) puede ser calificada en nuestros días como “antigua”, la garra y la intuición de imponerse a todos a costa de lo que sea, emblemas característicos del campeón del 86, quedaron plasmadas hace apenas unos días en tierras asiáticas en un equipo que se dio el lujo incluso de golear a Brasil 3-0 en las semifinales.
Meses atrás, cuando reemplazó a Hugo Tocalli como entrenador de las selecciones menores de la Argentina, ser técnico en la división de ascenso con Godoy Cruz no presagiaba un final tan ilusorio y soñado como es el estar en la parte más alta de un podio. Los tiempos difíciles de dirigir en dos ocasiones al club que lo debutó como futbolista en aquel lejano 1983, Argentinos Juniors, y estar al borde del descenso en ambas ocasiones, en el 2001 y 2004, sólo se compara al drama que vivió durante el 2006 cuando fue asistente de Oscar Ruggeri en el club San Lorenzo de Almagro y tuvo que irse por la puerta trasera.
Además, tratándose de la albiceleste, los argentinos siempre viven de analizar su historia. La ausencia de títulos de la selección mayor desde 1993 y la labor de Marcelo Bielsa en el oro conseguido en los juegos de Atenas 2004, representaban una presión extra, pero a la vez, un compromiso importante para Batista.
“Argentina siempre tiene que estar arriba, tiene que pelear por el título. Ser dos veces campeón del mundo nos puso en esa élite. Otra cosa, por naturaleza, es fracaso”, afirma el “Checho”, quien desde que tomó este último desafío en el pasado mes de enero de este 2008, decidió decirle adiós, sin ninguna cábala de por medio, a la eterna barba que se dejó crecer desde los 21 años, cuando por timidez la usó como recurso para disimular el acné de su rostro.
Tras el éxito en los olímpicos, Batista prácticamente vive en el predio de las selecciones de fútbol en Ezeiza. La nueva misión es la selección sub-20; ese mismo equipo que bajo el mando de José Pékerman primero y con Tocalli después, le dio tantas satisfacciones al fútbol argentino con cuatro campeonatos mundiales. Las concentraciones con los jugadores pueden durar hasta tres días completos y el trabajo es tan absorbente que no lo deja llegar a casa junto a su esposa y tres hijos a los que rara vez ve. “Es un enorme sacrificio”, dice.
“Checho” se pasea por las canchas y pasillos donde vigila cautelosamente el trabajo. Si bien no llega los extremos obsesivos de Bilardo, que lo sometía a él y a sus compañeros del 86 y el 90 a entrenamientos de hasta dos o tres horas por día, sí está al pendiente de lo que necesita cada jugador y se preocupa por ser claro en sus indicaciones. Entra, va y sale de su oficina de manera inquieta y no deja de consultar los detalles con su auxiliar y compañero de las glorias del 86, José Luis “Tata” Brown. Sabe que no hay que detenerse ante los éxitos y lo que le espera en el futuro, entre ellos la selección mayor.
“Por supuesto que cada uno se ilusiona con llegar ahí (la selección mayor), pero ahora trato de tomarlo con calma, hay mucho que hacer. No me queda mucho tiempo para disfrutar lo que pasó en Beijing. Hace un año sufría el descenso y pensaba en otra cosa. Pero la vida te da oportunidades y te cambia la suerte en cualquier momento”, dice.
En su oficina en Ezeiza, “Checho” deja ver señales fotográficas, banderines e incluso la medalla ganada, innegables elementos del histórico 86, que demuestran que tanto el como sus compañeros tratan de mantener el espíritu vivo y renovarlo. De hecho, la mayoría de aquellos integrantes de ese conjunto campeón como Brown, Burruchaga, Ruggeri, Nery Pumpido, José Cuiciuffo, Ricardo “Gringo” Giusti, el mismo Bilardo, y en algunas ocasiones especiales, Jorge Valdano y Diego Maradona, se reunen con la misma armonía y camaradería para recordar ese campeonato.
Si bien le da mucho mérito al carácter de Batista como clave a su recuperación y los logros en su carrera, Burruchaga aseguró que algo que aprendieron todos los integrantes del campeón del 86 es a remontar circunstancias: “eso es algo que nos enseñó el ¨doctor” (Bilardo). La fuerza para que el enemigo no te pueda vencer”.
“Así como Menotti en el 78 dejó su huella con un trabajo que privilegiaba al juego de conjunto siendo campeón en casa, nosotros en el 86 representamos el coraje de reponernos ante las adversidades y llegar hasta lo último, cuando nadie lo esperaba. Esa ha sido la característica del jugador argentino desde entonces, quiérase o no”, explica por su parte Batista, en la visión que tiene del futbolista nacional, aunque siga sin entender el porqué de los fracasos de los últimos tiempos.
Bilardo alaba las cualidades de Batista y asegura que por su carácter serio y su personalidad, es un tipo ideal para dirigir a un grupo de jugadores jóvenes: “A mi me da gusto que le vaya bien, es un buen tipo, tranquilo, que tiene paciencia, que entiende al jugador joven porque sabe lo que es empezar en las divisiones inferiores, está hecho para eso. Y bueno, ahora llegó con la experiencia previa de haber estado en cuatro equipos como técnico y tuvo una oportunidad bárbara”.
El técnico nacional del 86 agregó que Batista, al igual que algunos otros jugadores de ese equipo, formaron un buen grupo humano: “Se llevaban bien todos, no había problemas. Por ahí, 'Checho' era el más relajado, pero todos en general eran una bola de 'histéricos'”, bromeó el doctor.
“Es un tipo serio, pero muy abierto”, opina Julio Chiapetta.. “Creo que las diversas circunstancias que ha atravesado en su vida lo hicieron un tipo más abierto, a no rendirse ante nada. Eso es una característica de él que seguramente le inculcó a sus jugadores. A la prensa nos dio un trato muy bueno, preferencial diria yo, cosa que me sorprendió”.
Esa misma mentalidad abierta y de cederle la libertad a sus jugadores, que en el campo de juego expresó el campeón olímpico, fue sólo un reflejo de un pasado donde Batista tuvo que tomar el mediocampo de muchos de los equipos en los que jugó: “No dudó en cederle la capitanía a Riquelme, así como en un momento (Angel) Labruna hizo con él”, explicó Chiapetta. “Fue un maestro en manejar el grupo y escuchar a la prensa, a la que entiende con todas sus necesidades. Esa parte de su carácter demuestra que aprendió de muchos de sus errores del pasado y que puede ser el mejor asesor para los jóvenes”.
Para Burruchaga, Batista es un ejemplo a seguir, sobre todo porque cree que las circunstancias lo orillaron a caer en la droga: “Tratamos de apoyar desde la distancia y desde donde podíamos. No se merecía estar en esa clase de abismo, porque sabemos que es un buen tipo, que quizá a diferencias de muchos de nosotros era más tranquilo, pero bueno. Me da gusto lo que pasó en Beijing con el 'Checho' porque se que eso lo va a reinvindicar”.