martes, 18 de diciembre de 2007

El hechizo de la Princesa

(Este es un mini cuento o al menos un intento de, que lo tenía en la mente desde hace mucho tiempo. Parafraseando al gran Fito Páez, "cualquier semejanza con hechos reales, correrá por vuestra propia imaginación". Saludos.)

El iba caminando sólo en una vereda. Siempre se escondía en el mismo lugar, justo donde los amigos lo visitaban y donde el hacía lo que quería.

El vivía encerrado, decía que era feliz. Sus demás amigos lo invitaban a que saliera, pero el no hacia caso.

De cualquier forma, todos le decían que era el buen chico, pero que tarde o temprano lograrían sacarlo de ese lugar.

Sin embargo, un día el sólo decidió salir. Vivió momentos de angustia, de miedo, de lágrimas pero también se rió a carcajadas de ver que el mundo exterior era como un cuento, donde los demás juegan a ser grandes, a parecerse y a disfrutar cada instante de vida como si fuera el último.

No sabía qué era el amor. En ese lugar tan pequeño, las mujeres eran tan fugaces que se desvanecían en el ambiente y en los ruidos de las personas que buscaban un poco de comprensión y varias dosis de placer.

Pero nuestro protagonista sabía que tenía que llegar. Entonces, cuando el camino era cotidiano y la rutina asomaba otra vez, se la encontró. Estaba sola, desamparada. Ella pedía ayuda sin decir nada y extendía la mano para que alguien la alcanzara.

Ella no quería mencionar su nombre. Sólo quería que la llamaran "Princesa". "Eso es lo que soy, no me juzgues de otra forma", dijo ante nuestro personaje que aún no terminaba de digerir lo que veía en su rostro angelical, pero en sus ojos llenos de tristeza.

De repente, el chico que no tenía interés de salir de sí mismo, entró en el otro ser. "Te puedo ayudar en lo que quieras, pero no me dejes", le dijo la Princesa de la mirada angelical. Y el la recogió para llevársela a su lugar, a ese donde estuvo encerrado durante mucho tiempo.

Ahí, ambos aprendieron uno del otro. Entre risas, bromas, chistes y cualquier cosa que solo su mente pudiera imaginar, se enfrascaron en una relación en donde el acabó perdidamente enamorado. No sabía que existía ese ser, que la magia y la luz que ella irradiaba podría penetrar en cualquiera que abriera sus ojos.

Sin embargo, empezó el misterio. El quiso investigar su vida y se mató, al menos simbólicamente. Parecía que no había secretos en alguien tan radiante, pero hasta un ser con brillo ocultaba su lado obscuro. Entonces, en un minuto ella se alejó. El chico bueno con la mujer amada no lo podía creer.

Tras días de frustración y de lágrimas por parte de nuestro estimado personaje, la Princesa regresó. "Sólo te puedo decir que me quitaron a mi padre", reaccionó ella abrazando al chico que incondicionalmente la escuchaba. "Lo quiero, lo necesito, pero me decepcionó. Le guardo rencor, lo quiero matar. Siento que se me acaba el mundo", repetía una y otra vez sofocándose y pidiendo ayuda.

Ella sin embargo, no quería encerrarse. Salió a conocer el mundo y a otras gentes. Ahí se dedicó a hechizar a uno, a otro, a otro, y a otro más que indudablemente la quería tener cerca. El chico quedó abandonado y lamentándose el porqué había conocido un ser tan grande como ingrato.

Quiso acercarse a ella de nuevo. Y el segundo golpe llegó. "Te dije que no te metieras ni me juzgaras, cómo te atreves". Al chico que todo lo hacía bien, que veía la luz y el encanto que tenía su presencia, no daba crédito. Le faltó el aire, la vista se llenó de tinieblas y el pantano en el que de repente se metió estaba preparado para hacerlo tropezar una y otra vez, bajo la mirada y las risas de los animales que poco a poco lo iban dejando caer.

De repente se levantó. Quiso regresar al lugar confortable en el que había vivido, pero no quiso hacerlo. El hechizo de la Princesa lo seguía acompañando y como una especie de resaca que uno sufre tras pasar la noche en vela, decidió pararse en una colina, viendo el horizonte y el sol desde esa perspectiva lejana. Se acercó a una planta que yacía en el camino y se sumergió al olor y textura que producía dicho vegetal.

Se elevó hacia el cielo, en una zona de tranquilidad donde no había estado antes y se quedo estático, preciso. Estando ahí pensó que el rostro angelical de la mujer amada había sido un sueño, pero mientras iba bajando de regreso a la tierra, se dio cuenta que era real, que la había tenido, que la había tocado, que su presencia le provocaba reacciones y sensaciones que lo marcarían para el resto de su vida.

El chico que no había vivido, se sentía más vivo que nunca. De ahora en adelante sabía lo que tenía que hacer. Poco importaba que la Princesa hubiera desaparecido, el efecto duraría hasta la eternidad. Por eso, con más aplomo que nunca regresó a su lugar, con su gente.

Entró a un lugar de recreación donde estaban todos sus amigos. Ahí estaba ella. La mujer de los ojos tristes se le acercó y lo besó, sin decir palabras. "He decidido matar a mi padre, aunque sea de pensamiento. No puedo depender de él y de sus culpas. Tú deberías hacer lo mismo, matar tus demonios ya que te puede pasar y te puedes morir", le dijo mientras se alejaban de aquel lugar común, donde para no variar, el ruido de la multitud amenazaba con absorberlos.

El poco tenía que decir ante ella. El hechizo avanzaba y amenazaba con prolongarse hasta el amanecer. El estaría dispuesto a disfrutar ese momento, mientras ella le entregaba parte de su alma y su corazón, soñando que así fuera para siempre. El había encontrado todo en esa sensación de vivir.


Llegaron esos primeros rayos de luz y ella no estaba. Sólo un pequeño mensaje con una nota que se limitaba a decir: "Te veo después, a fin de cuentas ya te fuiste conmigo".

El se quedó pensando en cada palabra de esa nota y sabía que no tenía que pedirle que regresara. El caminaría hasta buscarla por todas partes, porque las princesas así son, siempre aparecen.

Tiempo después, sigue esperando que el hechizo vuelva a hacerse realidad.

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