lunes, 24 de marzo de 2008

Un país de Nostalgias

Buenos Aires.- Cómo se olvida un pasado grandioso. Cómo hablas de modernidad cuando sigues anclado a una época que sigue repitiendo costumbres y se niega a dejar el oficio de recordar una y otra vez las historias de un país.

Argentina parece haberse quedado varias décadas atrás, cuando la dictadura mostraba su lado más severo, cuando no era extraño que los miltares reinaran las calles de Buenos Aires y le callaran la boca a todos aquellos que pensaban distinto, y cuando el único consuelo eran los charlas de café, los salones de tango, los largos y escandalosos brindis en la calle, y por supuesto, desgarrar el grito en el estadio de fútbol cada domingo que hay que defender la dignidad y el orgullo a costa de lo que sea.

Nada transcurre para la gente que insiste en mantener esa parte de su personalidad intacta, en recordar que aquellos tiempos pasados que los hicieron reir, llorar, pensar, gritar y amar siguen siendo características que seguramente heredarán a las futuras generaciones.

Dentro de esa mirada petulante y soberbia que esconde, Argentina se siente triste. No cambia por nada del mundo su sufrimiento, pero a cambio te ofrece la sonrisa amable y a la vez sarcástica de aquel que se siente superior a cualquier cosa y circunstancia, por no llamarle adversidad.

Dicen que en la debilidad está la fuerza y los argentinos tienen por historia, bien aprendida la lección. Porque es difícil que alguien les pueda enseñar a ser felices, si lo son por el hecho de defender su espacio y esa parte de la personalidad que los define.

Es por eso que Argentina muestra su piel y su sangre, en cada calle de Buenos Aires, en cada persona que te saluda y que a la vez pregunta qué rayos haces aquí. No se callarán nunca, no tienen porqué hacerlo.

Mejor sigo escuchando tango y asistiendo al estadio, a disfrutar de los gritos.

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