domingo, 22 de marzo de 2009

¿Nos queda orgullo?


Buenos Aires.- Qué tristeza. Qué decepción. Veo a la distancia el partido entre América y Pumas, y un reflejo del porqué el futbol mexicano ha sido blanco de críticas durante los últimos meses.

Cuarenta y cinco minutos me han bastado para darme cuenta que por más que se discuta sobre incongruencias de organización, egos de directivos, problemas de jugadores, el mal necesario que son los promotores y del dominio inmisericorde de las televisoras, que el problema del futbol en México tiene mucho más que ver con una cuestión de actitud.

Sólo tomo un botón de las miles de cosas que pasan todos las semanas en el torneo mexicano. Esa pequeña muestra me da para preocuparme, tratándose del que en otras épocas significaba la batalla entre dos conjuntos que ideológicamente chocan por el origen de sus creencias y su esencia por tratar de ser mejor que el otro.

Pumas-América tiene una historia rica en anécdotas, desde la década de los setenta hasta aquella polémica final en Querétaro en 1985 y el título auriazul de 1991. El odio deportivo y la antipatía de ambas aficiones siempre inspiraron el deseo de que el otro equipo saliera a la cancha a terminar con el rival y sacara el orgullo por delante.

Este partido llegó incluso a despertar más ruido que un América-Chivas o un América- Cruz Azul, duelos que parecen haberse quedado en el tiempo como un simple paseo por el parque. Los “felinos” y las “águilas” se convirtieron en los dos únicos que sacaban las garras cuando se tenían enfrente, en medio de la apatía y falta de competencia de los últimos tiempos donde se ha bastardeado el nombre de “Clásico”.

Hoy, sin embargo, no veo nada. Independientemente del mal, regular, bueno o no buen-momento, que se yo, que pasan ambos equipos, ¿el orgullo se terminó?

Hoy sólo veo sobre la cancha dos equipos que se cuidan demasiado, que se respetan como dos compañeros de cuadra que se juegan una “cascarita” de todos los días, que no les importa ser superior al rival y pelear cada jugada con determinación, y mejor ni hablemos de un buen trato a la pelota. Si bien es cierto que los actuales entrenadores de estos equipos no son precisamente un ejemplo de arriesgar un poco para ir hacia el frente, parece que se les olvidó lo que este partido representa y por eso, es triste ver un enorme hueco en el Estadio Azteca que apenas está a la mitad de su capacidad. Antes, ni pensarlo.

Si eso pasa en partidos como este: ¿Qué clase de espectáculo pretende mostrar el futbol mexicano? ¿Qué calidad de juego nos intentan vender? ¿Cómo se le puede exigir deseo y coraje a una selección mexicana y seguir creyéndose el “Gigante de la Concacaf”, si lo que se aporta en casa no alcanza ni siquiera para satisfacer su propia identidad? ¿Qué cosa estamos defendiendo?

No basta con inundarnos todos los días con notas escandalosas sobre directivos, televisoras y medios en general. Sobre el qué se hizo y no se hizo, y quién es el culpable. Si no tenemos orgullo, no tenemos nada. Si sobre la cancha no hay calidad ni actitud para hacer mejor las cosas y defender una idea, de qué nos sirve discutir.

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